Pan para hoy, hambre para mañana


Lic. María Belén Kaucher

En la actualidad los seres humanos aspiramos a sentirnos bien, y con ello tendemos a evadir cualquier inconveniencia con la vida. Esto se da porque existe la creencia de que el malestar se contrapone con la vida que queremos vivir. En este contexto, buscamos alcanzar un grado de bienestar impoluto en dónde el dolor, la angustia, el miedo y cualquier otra sensación de disgusto, no lleguen.  

En paralelo, la sociedad occidental nos bombardea permanentemente con mensajes tales como: “pensá en positivo”, “es mejor reír que llorar”, “cambiá la cara, mira que lindo día”, “no deberías sentirte así”, “tampoco es para tanto”, “calmate”, “no hay mejor medicina que tener pensamientos alegres”, etc. Ante este bombardeo de estímulos, podemos caer en el pensamiento de que estamos obligados a sentirnos bien, situación que se aproxima fuertemente a un hedonismo peligroso. 

En este contexto, muchos de nuestros consultantes en terapia expresan motivos de consulta tales como: “estoy harto de sufrir por no lograr lo que quiero”, “me siento un fracasado”, “necesito dejar de estar triste y vivir en paz”, entre otros; que hacen referencia a la regla de que para poder estar bien, se deben dejar de sentir emociones displacenteras. Las sensaciones que suelen visitarlos (inseguridad, angustia, ira, frustración, ansiedad, etc.), parecerían ser percibidas como barreras que impiden vivir la vida que uno quiere, y por ello son evitadas. Dentro de esta lógica, tienden a concluir que, para poder vivir bien, no hay que sentir malestar. 

Sin embargo, ¿es este mecanismo el camino para vivir la vida que queremos? 

Las investigaciones sobre los intentos de suprimir o bloquear eventos privados considerados negativos, apuntan a que la funcionalidad de la evitación tiene efectos cortoplacistas y de carácter transitorio. Evitar no es necesariamente la manera más útil si lo que se busca es abrirse a una vida rica y orientada a valores. A su vez las mismas indican que dicho mecanismo tiende a traer consecuencias perjudiciales a largo plazo (Purdon, 1999, Gutiérrez y otros, 2002). En efecto, a mayor esfuerzo por suprimir sensaciones que no son deseadas, estas aumentan su presencia y amplían su impacto a otras áreas de la vida. Por ende, a raíz de tanta evitación, la vida termina considerablemente estancada (Wilson y Luciano, 2014). Lo que parece ser pan para hoy, es hambre para mañana.

¿Y si probamos hacer algo diferente a evitar?

Animémonos a pensar las emociones que se nos presentan como olas del mar que vienen y van. Hay días que parecerán pequeñas, otros días más grandes e incluso nos darán mucho miedo. Tengamos presente que las olas no son mortales, y tal como las emociones, ellas vienen y van. Estemos dispuestos a aceptar su existencia, sabiendo que son parte de la naturaleza. Podemos elegir quedarnos sentados en la arena mirando las olas o permitirnos surfear con ellas.

Ante el contexto mencionado, una de las terapias disponibles para abordar estas situaciones es la conductual - contextual, la cual nos invita a desarrollar la aceptación como un medio necesario para alcanzar un fin. La acción de aceptar hace referencia a la capacidad humana de tener una postura abierta a la experiencia, promoviendo así el contacto con todas las sensaciones, emociones, pensamientos, etc, que traiga momento a momento la vida.  Desde este enfoque se ofrecen formas para relacionarnos con lo que nos pasa de un modo más efectivo que la evitación. Quizás el primer paso es estar dispuestos a hacer inclusión a todos los eventos privados para poder así movernos en dirección a una vida rica y valiosa.

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