Reflexión sobre el sufrimiento psicológico: signo de vulnerabilidad o fuente de adaptación.


Lic. Marcela Gil García

En la actualidad es bastante común encontrar personas que adoptan una postura de “nunca sufrir psicológicamente”, parten del ideal que uno siempre debe sentirse bien y que no se debe dejar de ver lo positivo. No hace mucho un paciente me decía con bastante pesar “es antinatural como me siento, es antinatural tener que hacer cosas para lograr sentirme mejor”. 

Entonces… ¿El sufrimiento sería algo antinatural? Según el ideal al que hice referencia en primera instancia, así parece, las personas “deben” hacer lo necesario para tener siempre un estado psicológico agradable, la mente debe generar “pensamientos positivos”, y ante la aparición de preocupaciones lo mejor es suprimir u olvidar lo más rápido que se pueda, es decir se instala la idea de que esta vida mental es  posible y que además se puede aprender.

Detrás de esta concepción hay una creencia: las personas felices son las que acaban cuanto antes con sus pensamientos negativos. Muchos mecanismos de distracción son para quitarse, al menos durante un breve tiempo las cosas desagradables de la cabeza, estos son eficaces y es por eso mismo que los seguimos usando. Estas estrategias o modos de afrontamiento ante lo que nos causa malestar, se convierten en patrones de comportamiento, por ejemplo la evitación. Resulta fácil, dejar de ir a reuniones sociales por el malestar (sufrimiento psicológico) que me genera la ansiedad previa, aunque sepa que, a la larga, me significará un perjuicio, estaré más aislado socialmente y consecuentemente no me sentiré mejor, es decir no arribaremos con esta estrategia a una solución definitiva. 

¿Qué es lo que nos lleva a actuar de esta forma? Desde la infancia nos enseñan que los sentimientos y los pensamientos pueden y deben controlarse. De pequeños nuestros padres nos pedían “dejá de llorar”, “hacé el favor de tranquilizarte y controlarte”, también “tenés que ser valiente”, o “estar contento”, “dormirte inmediatamente”, etc. Entonces aprendimos que uno tenía que poder controlarse, que podíamos dejar de llorar o cortar el enojo si era nuestra decisión hacerlo; y, que si no lo lográbamos, era porque no lo estábamos haciendo correctamente, es decir era nuestra culpa, porque no nos estábamos esforzando lo suficiente. 

Intentar apartar de nuestra mente emociones como la ira, la pena, el miedo, nos impedirá aprender de nosotros mismos, nos impedirá adaptarnos en el futuro.

La mayor parte de nuestro sufrimiento psicológico deviene de no querer aceptar los sentimientos, los recuerdos dolorosos, los pensamientos inquietantes, y las sensaciones del cuerpo desagradables o dolorosas, y hacer todo lo posible por evitarlos. El sufrimiento es un camino de aprendizaje y  su evitación nos convierte en seres más vulnerables. Cuando no aprendemos de lo que nos resulta doloroso perdemos una información fundamental, clave para nuestra función adaptativa.  

En síntesis, ante la idea de que para vivir no se debe sufrir, lo cierto es que vivir también es sufrir, al menos en cierta medida. El sufrimiento es inherente a la existencia, es parte de la vida, entonces…  ¿Cómo adoptar el sufrimiento cómo un camino de aprendizaje? La alternativa más saludable está centrada en la aceptación y en la toma de contacto con el momento presente, este es el camino que nos dará la posibilidad de poder elegir una dirección valiosa y con sentido personal.

Material tomado de “La mente o la vida. Una aproximación a la terapia de aceptación y compromiso.” Jorge Barraca.

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