Compasión
Lic. Bárbara
Reiter
En los años 80s, un psicólogo inglés llamado Paul Gilbert
comenzó a notar que varios de sus pacientes con depresión y ansiedad no
terminaban de mejorar con el enfoque tradicional de la terapia cognitiva conductual.
Éstos entendían la ilogicidad e irracionalidad de sus pensamientos respecto a
miedos y preocupaciones ante el futuro (ansiedad) así como la inefectividad del
pensamiento rumiativo (depresión) pero no lograban aliviar su sufrimiento.
Gilbert, comenzó a notar que la incongruencia entre el pensamiento y el
sentimiento era amplia. Asimismo, se dedicó a investigar dentro de la
psicología evolutiva y las neurociencias respecto a las emociones, hasta
desarrollar la llamada Terapia basada en la Compasión. Este enfoque, emerge
como un modelo de terapia que viene a integrar y a tomar elementos de distintas
terapias, como son las Contextuales (ACT, FAP y DBT) y Cognitivas Conductuales,
y a incluir la Compasión como una variable clave a la hora de aliviar el
sufrimiento humano.
Pero ¿qué es la Compasión?
Cuando les presento a mis pacientes este concepto me suelo encontrar con
mitos o respuestas automáticas, sesgadas por lo mismo que hace que la sociedad
carezca de este elemento. “Condescendencia”, “victimizarse”, “dejarse estar”,
“lástima”, incluso algunos lo asocian a algo religioso o espiritual. Pero lejos
está de eso. El cultivo de la motivación compasiva se constituye como un
conjunto de procesos y prácticas en capas que interactúan y se fortalecen entre
sí, dentro de este enfoque terapeútico, con el principal objetivo de ayudar a
los pacientes a desarrollar la compasión por sí mismos y por los demás,
cultivando un repertorio de habilidades para trabajar con valentía con el
sufrimiento propio y ajeno. Implica un proceso de “desavergonzarse” por el
hecho de ser humanos y de sentir emociones, como son la vergüenza, la culpa, la
ansiedad, el miedo o la ira.
En un principio, la CFT (Compassion Focused Therapy) fue
creada para trabajar con pacientes con alto nivel de autocrítica y vergüenza,
pero luego de las crecientes investigaciones empíricas sobre su aplicación, se
empezó a apoyar el uso potencial de las intervenciones de compasión en la
psicoterapia en general. Sobre todo se han demostrado altos beneficios en
pacientes con psicosis, trastornos alimentarios, límites, desregulación del
enojo, trauma y ansiedad social.
Esta terapia viene a distinguirse de las demás y a incluir
la evolución junto al hecho inexorable de que tenemos un cerebro humano, que
inevitablemente y aunque hoy nos haya permitido crear máquinas como
computadoras y usarlas, también sigue funcionando como en la era del Homo
Sapiens. Sí, aún conservamos nuestro “cerebro viejo”, como lo nombra Paul
Gilbert. Y esto significa dos caras de una misma moneda: la posibilidad de
activarnos en búsqueda de nuestras metas y ser productivos, pero también la
puesta en marcha del sistema de amenaza y la ansiedad en escenarios que hacen
las veces de los depredadores de aquel momento. Nuestras amenazas hoy lo son el
trabajo, la posibilidad de ser juzgados por los demás, no sentirnos exitosos,
la sociedad que nos expone a compararnos constantemente y tantas otras más.
Entonces tenemos un cerebro que evolucionó para ayudarnos a
sobrevivir, a través de sistemas que regulan distintas emociones básicas, y la
sociedad que nos moldea desde que somos chicos. Pero nadie nos enseña a lidiar
con el “error de diseño” como lo nombra Paul Gilbert, al hecho de que el
cerebro funciona normalmente cuando algo nos preocupa o nos sentimos
amenazados, ya sea por algo real y concreto, o por nuestra propia mente que
piensa y genera juicios. No tenemos la culpa de que el cerebro detecte algo de
esto y reaccione liberando cortisol (amenazas) o dopamina (búsqueda de metas y
productividad). El problema es cuando todo esto se activa casi constantemente y
nos movemos como si realmente algún animal nos fuera a comer. Y acá es donde se
vuelve tan importante explorar cuál es el tono de nuestro crítico interno. La
mayoría de mis pacientes tienen un pequeño “dictador” interno, que pocas veces
los dejan en paz. Es que es más fácil ser cálidos con los demás que con uno
mismo. “Pero es que no me quiero dejar estar”, me suelen responder. Y ahí está
el problema, nos preparan para la lucha constante pero no para calmarnos, ni
aliviar el sufrimiento como parte de la condición humana. Nadie está exento de
éste.
Y acá es donde Paul Gilbert introduce el Sistema de Calma y
protección. Aquel destinado a tranquilizarnos y a conectar con un lugar seguro.
Tal como el que los mamíferos o padres humanos brindan a sus hijos ni bien
nacen. Esa base segura que nos permite explorar el mundo pero volver nuevamente
al refugio y encontrar tranquilidad.
En la CFT los pacientes aprenden a trabajar con los
sistemas que regulan nuestras emociones y que evolucionaron para ayudarnos a sí
mismos a sentirnos seguros y confiados a medida que se acercan y se involucran
activamente con los desafíos de la vida. Se los guía en el desarrollo de
estrategias adaptativas y compasivas para trabajar con emociones, relaciones y
situaciones difíciles de la vida. Se enfatiza constantemente en aprender a
dejar de culparse a sí mismos por cosas que no pudieron elegir, como sentir
miedo, enojo, ansiedad, vergüenza.. con el fin de lograr una vida más
satisfactoria.
Desde este enfoque se propone el aprender a adquirir
habilidades para observar que emociones propone automáticamente nuestro cerebro
y qué sensaciones y pensamientos dispara, pero a la vez se entrena a los
pacientes para poder volver a conectar con un lugar seguro adentro suyo, a
través de distintas prácticas de autoexploración como la imaginería, la
ralentización de la respiración y sensaciones internas asociadas y el cultivo
de la compasión.
Finalmente, es importante destacar que existe un cuerpo
creciente de investigaciones que apoyan la eficacia de las intervenciones de la
CFT y que se encuentra en constante crecimiento. Se ha llegado a demostrar que
este enfoque terapeútico ayuda a reducir la autocrítica, la vergüenza, la
depresión y la ansiedad.
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